Me paseo por el bosque de los sueños.
Aún no he llegado a ese lugar del pasado dónde nos encontramos.
Me desenvuelvo bien en las sombras,
arrastrada por el tiempo dudo si eres o no verdad.
Creía yo estar huyendo de mi,
Pero a la vuelta, eras tú quien se había dejado morir.
A veces percibo tu presencia tan ausente,
que no me acostumbro al vacío que provocas
cuando al reírte te alejas y en la sombra
de la tarde infinita se pierden tus pasos
es entonces cuando el vuelo de una nube roja me transporta;
te observo sin que tú lo sepas,
y me consuelo creyendo ser tu ángel.
De repente vuelves,
y con tan sólo tu mirada, lo reavivas todo
Sé que no eres real, aún así no me importa.
Pues de tal manera mis sentidos te conforman,
que es en el verde de tus ojos dónde mi alma se ahoga.
Y de nuevo te marchas sin llegar
a sentir mi aliento desesperado.
¡La esperanzada brisa
que tu paso despierta
alrededor del estanque quieto!
Este es el círculo dónde me envuelvo,
como la boca del hondo pozo
en el que todavía resuena tu eco.
El tiempo ha marcado de nuevo su elipse sobre mí,
Y tú, ahora, te conviertes en pasado.
Sin tu presencia voy a corazón abierto.
Esta desnudez me obliga a sucumbir ante las emociones.
Indefensa ante el monstruo de los sentimientos,
Que aletarga mi razón, impregnada y rebosante de inconsciencia;
Pues es tu ausencia mi dolor.
— Abro las ventanas de mi alma a fin de que te escapes;
Pero.. ¡ay! que al cerrarlas vuelvo a encontrarte.
Me empeño en escapar de la maraña de los deseos.
Me asomo a mi balcón del olvido,
Y con pena, dolor y rabia, le digo adiós a lo que fuimos.
Siento diluirme en la más absoluta soledad elegida.
Me percibo así de vuelta a todo principio,
Al origen mismo de mi esencia.
Porque no quiero cotidianidad,
Que envenena mi espíritu.
Ese pesado lastre del hastío de la obligación.
Defiendo la autenticidad,
Aunque sólo sea en el deleite de la contemplación.